Dentro de

Desperté,
y volví a soñar cuando apareció.

Me vio tropezar y caer,
y en lugar de levantarme como pudo hacerlo cualquiera

se tumbó conmigo para contarme lo putas que podían llegar a ser las piedras.

Y se rió.

Estábamos en el suelo,

yo llena de mierda con restos de recuerdos

que sólo dolían,

con heridas que me empeñaba en seguir mordiendo

por no dejar de sentirlas,

por no saber aceptar que el pasado nunca puede curar en presente.

Me miró,

y se volvió a reír como si nada.

Y me gustó.

Paré de morderme las heridas y de esnifar restos de recuerdos
que pasaron de ser bonitos, a darme mucho asco.

Entonces me dijo que el mundo estaba plagado de ellas,

de piedras,

y volvió a reírse.
Y yo juro que su risa, su voz...

Cicatrizaron casi sin darme cuenta

todo lo que necesitaba perder de vista,

aún sin saberlo.

Me contó que a veces la vida también se pinta los labios de rojo,

se sube a sus tacones

y se levanta la falda en cualquier esquina

si siente que pueden calentarle la noche.

Y a ella se la suda la de piedras que le tiren.
Que nunca se cae.
Que nunca baja el listón.
Y encima folla como ninguna.

Sí, me vio caer y en lugar de limitarse a pasar de largo como todos,

se tumbó como nadie lo había hecho conmigo,

se tumbó dentro de mí.

Y me hizo reír.

Estar al lado de alguien es complicado,

pero estar dentro... parecía imposible.

Como casi todo antes de su revolución.

Ahora entiendo que la vida tiene que ser muy puta,

sus labios me lo contaron al unísono de todos los miedos que íbamos perdiendo.

Tiene que ser muy puta

porque su risa ha tardado demasiado en llegar.
Aunque una sonrisa tan bonita tenía que hacerse de rogar.

Lo hace todo tan fácil...

Ya estamos de pie,

nos encontramos un montón de plumas en la barra del bar que nos sirvió el primer beso.

Y se nos olvidó eso de caminar.

Volamos,

y me llena los versos que están por llegar.

Un brindis por todas las heridas que cicatrizan dentro de alguien.
De ti.
 

No todos los que caminan sin rumbo fijo se pierden.