Ya sumamos veintisiete mil maneras de perder los papeles, de hacer de culpables y jueces si se trata de nuestras idioteces, de jodernos la vida y lamernos si escuece, de odiarnos cada día y querernos a veces.
Qué frío. Qué día de mierda.
No debería tomar nada sólido y sin embargo sigo tragando con la culpa.
Lo que yo venía a contarte, amor, es que necesito tu ayuda para rehabilitarme, pero primero tengo que advertírtelo: lo que verás ahora es mi abismo, cierra los ojos y agárrame fuerte.
Empieza hoy que has vuelto; y has vuelto porque te fuiste, pero no estuvo mal del todo, porque al fin y al cabo has vuelto, y eso es lo que importa, ¿no?
Es algo así como “odio que te marches pero me encanta ver cómo te vas”.
Ahora que dejas que otra te escriba, que
otra te busque, que a veces te encuentre entre los pedazos que yo
dejé, e incluso que a ratos te dejas querer.
Ahora... Ahora no te
escribo a ti.
No te escribo a ti ni escribo a nadie,
porque nadie soy si no os escribo, si no reconozco que aunque duela
todo lo que he sido lleva la marca de los besos que nos dimos.