En la estación de autobuses
una pareja se despide
como si fuesen a perder el último tren.
Yo no puedo evitar mirarme los nudillos,
y ni con esas me acerco a la piel
de la espalda que se convirtió en mi pared.
Llevo el bolso lleno de recortes
que están más enteros que yo.
En casa tengo un marco sin foto donde me recuerdo que te he olvidado.
Y creo que al invierno le encanta esto de verme perder.
Nunca hubiera podido convencerte,
y es lo único que me duerme por las noches.
Nunca hubiera habido palabras suficientes en ninguna notita
con ninguna frase de mierda.
Nunca hubiera habido rosas que nos devolvieran la primavera.
Ni películas que nos ayudaran a encontrar el argumento.
Nuestra última cita se heló,
y no habrá ni una sola navidad
en el diciembre que se avecina.
No te pude retener, ni llamarte amor.
Una vez me lo dijiste tú: la peor forma de despedirse es alargarse sin saber decir adiós.
Y en efecto.
Resolvimos todas las ecuaciones que encontramos.
Dejamos de hacernos efecto.
Todo para decirnos que no hay incógnita que nos fuese a despejar, y al mismo tiempo colocarnos en nuestro sitio de la mano.
Nuestro sitio no nos quería de la mano.
Ni siquiera fue nuestro.
No te pude retener, y hoy,
ni siquiera te llamaría amor,
pero cada vez que escucho tu nombre...
el único engranaje que me funciona en el cuerpo,
desencadena un incendio
que hiela más de lo que arde.
El invierno es la estación favorita
de los que queriendo hoy,
jamás supieron hacerlo.
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