jueves, 9 de abril de 2015

Mi accidente

Pude verle reír y gritar bajo las sábanas.
Besarle en la playa, bajo el agua y bajo la lluvia.
Tocamos el cielo sin movernos, deshicimos la nieve y la cama.

Le he visto llorar,
en el asfalto y sobre mi piel,
y de todas mis pesadillas
ninguna volverá a darme tanto miedo como aquella.

Su incontenible mirada desbordándose
por todas las grietas que iba haciéndome en el pecho
a medida que volvía a suspirar.

Dios.
Jamás el silencio ardió tanto.
Jamás el agua quemó tanto.

Nunca fue de muchas palabras,
y sin embargo las supo inspirar todas.

Cuando le miraba a los ojos sabía que me estaría viendo despeinada,
embobada y sin poder aguantarme la sonrisa
que se me escapaba al respirarle de cerca.

Pero despeinarse ante el grito de su risa
siempre lo consideré más mérito que destrozo.

Veréis, para mí fue como esa foto
que nunca serás capaz de borrar del móvil
por muy horrible que salgas,
y sólo porque al mirarla,
te hace recordar lo que sentiste
en uno de los momentos más felices de tu vida.

A veces le miro, y no me ve,
pero sonrío y joder... qué tiempos aquellos.

Qué suerte la mía,
y qué putada la suya.

Otras veces le miro, me mira...
y sé que estará pensando que soy gilipollas,
que estoy horrible desde que me dejó
porque yo ya no sé mirarme al espejo
si no es su mirada la que me va desnudar.

Pero... qué necesario es un accidente como este,
al menos una vez en la vida.

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