domingo, 12 de abril de 2015

Madrugada

La madrugada campa a sus anchas.
El sol echa una cabezada
y la luna vigila atenta
cómo quitan las calles.

El reloj marca una hora tan intempestiva que no quiero ni volver a mirar.

Es el momento
de hacernos uno.
O de deshacernos.
Y los poetas somos más de lo segundo.

Entre cuatro paredes
que han visto de todo.

Conocen el orgasmo,
conocen el llanto.
Conocen la tranquilidad,
conocen el agobio.

Si las paredes hablaran
más de uno saldría corriendo
por miedo a que su mentira
cayera por su propio peso.

Han sido testigos
de lo mejor y lo peor.
Han servido
de búnker antisocial.

Pero también se me han echado encima cual lobo hambriento que ve a su presa débil.

He sido presa,
he sido depredador.

Que nadie se engañe,
porque la vida es un ciclo.
Hoy estás en lo alto del podio
y mañana ni acabas la carrera.

Por eso hay que estar despierto,
pero mejor a otras horas
que ya es muy tarde
y mi cuaderno me mira,
como diciendo:
el insomnio es tuyo, no mío, cabrón.

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