miércoles, 16 de marzo de 2016

Retrovisor n° 15

Me acojona mi yo interior, la que se calla por miedo a escuchar lo que le duele pronunciar, y aún más la exterior que habla sin parar por el mismo motivo.
Me acojonan los relojes.
Las fotos de tiempos mejores.
Las películas que no veré. 
Los libros que ni si quiera sabré que existen.
O las personas que dejarán de hacerlo para mí.

Me da vértigo el miedo, y lo tengo.
Al pasado.
Al agua pasada que sigue calando.
A los recuerdos oxidados que me siguen mascando a mí.
A los semáforos en ámbar y a las preguntas que requieren de nombres propios para resolverme.

Me da hipo el miedo.
Sueño el dormir.
Hambre las palabras vacías. 
Asco los posesivos.
Ganas las injusticias.
Me duele lo inabarcable. 
Se me enquista lo inevitable,
y me ríen en las copas las dudas
cuando miro hacia adelante. 
Y aún más hacia abajo.

Lo que yo quería decir es que estoy acojonada. 
Y sé que no es vértigo porque en esto de amar yo nunca he tenido altura.
Sé que no es asco, porque me lamo las heridas cada noche y huelo a nueva cuando andas cerca.
Sé que tampoco se trata de oscuridad, porque todo está cristalino aquí dentro e incluso deslumbra si eres tú la que insinúa necesitar más luz de la que desprendes.

Amor, yo empecé a acojonarme el día en el que vi lo lejos que había llegado por mí misma, sin necesitar a nadie. 
Sí, justo ahí me di cuenta de cuánto te había estado necesitando.

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